EL VIAJE DEL HÉROE

Actualmente, la inmensa mayoría de los jóvenes entre 18 y 25 años tienen que han de pasar por múltiples pruebas, las cuales darán como resultado a la persona en la que se transformarán durante el resto de sus vidas. Muchos son los que centran sus esfuerzos en aprobar carreras universitarias, conseguir trabajos, aprender habilidades vitalicias, entre otras tantas habilidades. Esta historia, mi historia, de cómo pude pasar obtener mi licencia de conducción.

Antes de empezar la narración, me gustaría contextualizar. Poco después de acabar el bachillerato, mis abuelos me regalaron la oportunidad de sacar mi licencia de conducir. Dicha oportunidad la desaproveché por falta de interés. No obstante, esa bala perdida fue una de mis principales fuentes de motivación durante los tres meses de aventura. Antes de apuntarme a la autoescuela, me habían cerrado un montón de puertas, tanto laborales como personales al no tener el carnet. Por lo que, una semana después de mi graduación, junte valor y dinero para matricularme.

Ejemplo de trabajo donde es necesario el carnet de conducir.

La primera prueba se basaba en 30 preguntas, las cuales debía responder de manera correcta 27. Es decir, solo podía permitirme el lujo de fallar hasta 3. Durante una semana estuve asistiendo a clases teóricas 5 horas diarias. Además, me exigían trabajar en mi casa mediante exámenes que ellos me proporcionaban. De manera simultánea, me encontraba grabando mis últimos programas radiofónicos de mi trabajo de fin de grado (TFG) y realizando su memoria (un total de 3 capítulos de 20 minutos de duración y redactar más de 60 páginas).

Sin embargo, el martes 12 de julio, a dos días de la entrega de mi TFG, recibí una llamada telefónica. Era la secretaria de la autoescuela. “Te hemos podido apuntar en el próximo examen que será el viernes 15 de julio. Es en tráfico a las 9:30 h de la mañana” me dijo mientras el temor se adentraba en mi cuerpo. De esta forma, tenía 3 días para entregar el trabajo final y aprobar un examen teórico. Los días pasaron y centré todos mis esfuerzos en ambos desafíos, dejando de realizar actividades típicas de verano.

Llegué a la oficina de tráfico, con dolor de cabeza y con ganas de hacer el examen sin importar el resultado. En ese momento pensé que era el cansancio el causante de mis males, no obstante, no lo fue. Así fue como en la tarde del viernes recibí la noticia de haber aprobado el examen.

Examen teórico aprobado con dos errores

Después de abrazar a toda mi familia por lo ocurrido, me hice un test de antígenos de COVID-19. Para nuestra desgracia dio positivo. Por lo que durante 3 días saque adelante mi proyecto final de grado, mi examen teórico de conducir y con muchos síntomas de coronavirus.

En este punto de la historia me encontraba a la espera de que me pudiesen llamar para poder hacer clases prácticas. Es decir, conducir. Para esta ocasión jugaba con otro hándicap en contra: la fecha de inicio del máster en transmedia y mi viaje a Gandía. Para mi suerte yo pude adaptarme bien al coche, las calles, las rotondas, glorietas, autovías, pasos de cebra y de más dificultades que se presentaban cuando yo llevaba el volante. Finalmente, a finales de agosto me concedieron la fecha de mi examen.

El 14 de septiembre a las 10:00 AM en la Dirección General de Tráfico de la provincia de Málaga yo y otros cuatro compañeros más de mi autoescuela fuimos citados para realizar el examen práctico. Dos días más después, tenía previsto mi viaje que me llevaría a empezar una nueva etapa. Por lo que se antojaba casi imposible plantearse una segunda oportunidad en tan poco tiempo. Esa mañana me levanté tranquilo, confiado de mis capacidades y en lo que había aprendido durante las últimas semanas. Era consciente de que si hacía caso de mis nervios o mis inseguridades solo me contraerían efectos negativos.

En el viaje hacía el lugar de citación me repetía una y mil veces “soy capaz, lo voy a conseguir, voy a aprobar ese examen”. Como si de una película que narrase una hazaña épica se tratase, ese día la persona que me regaló mi primera oportunidad cumplía 73 años: mi abuela. Por lo que no imaginé otro regalo mejor que una licencia de conducir.

Al llegar con mis compañeros cundía el pánico. Los fumadores arrasaron con sus cajetillas antes de que el examinador hiciese acto de presencia. A su llegada, me mandó a mí y a Mireya como primeros. Antes, ella me contaba que estaba en su tercera ocasión para aprobar el examen práctico y me rogó que le hiciese el favor de dejarle conducir en el tramo de ida. Durante su examen pude ver pocos errores suyos y, siempre que cometía uno, lo remediaba con eficacia. Le tocó aparcar y dejarme su testigo para volver desde uno de los barrios más lejanos de Málaga.

Me senté en el asiento del conductor, ajuste el asiento y los espejos para poder ponerme el cinturón de seguridad. Antes de incorporarme a la circulación cerré los ojos, respiré hondo y profundo y me dije una vez más que lo iba a conseguir. Una vez señalicé mi incorporación al carril, el examen daba por iniciado. Aunque en esa barriada no había estado jamás, no me supuso ningún problema conducir por esas calles. Estaba atento a la carretera, a las señales y todos los elementos de la circulación. No obstante, con el devenir del examen, mi inseguridad crecía paulatinamente. En ocasiones cometía errores leves como no señalizar alguna maniobra, aparcar de manera nefasta y otros que preferí que cayesen en el olvido. Sin embargo, lo que no voy a olvidar jamás fue el momento en el que fui ayudado por mi destino.

Me acercaba a un carril que me obligaba a girar a la derecha y el examinador me había indicado que debía seguir recto. Antes de que hubiese estado prohibido realizar la maniobra, me di cuenta de mi error y, sin tiempo para revisar la maniobra, señalicé y me metí. Una vez incorporado, tenía un camión de larga distancia a menos de 1 metro de distancia. El conductor, enfadado por la poca antelación de mi actuación, se dedicó a pitarme mientras esperaba un espacio a punto de entrar en una rotonda. En este punto de la historia, el pie izquierdo me temblaba y había perdido mi control de los nervios. Llegué al final de mi examen y el examinador dio su veredicto, empezando con Mireya.

Para su suerte ella había cometido un error grave que le permitían aprobar el examen. En mi caso el examinador se tomó más lujo y detalle para contar cuáles habían sido mis fallos. Hasta 7 leves conté. Sin embargo, al finalizar nos dieron ánimos de que nuestra licencia de conducir iba a ser concedida. Mireya y yo nos miramos al salir del coche con incertidumbre si habíamos conseguido el objetivo o no. Ambos llegábamos a la conclusión de que así había sido.

Es el mismo día, recibí una llamada telefónica de mi profesor de autoescuela felicitándome por haber conseguido el carnet de conducir. En cuanto colgué fui a casa para contarle la novedad a mi abuela. Ella no pudo aguantar la alegría y por la noche, en la celebración de su cumpleaños, se lo había comentado a todos y cada uno de los familiares allí presentes.

Resultado del examen práctico de conducir

Dos días más tarde, como dije antes, me marché a Gandía con la ilusión de empezar una nueva etapa de mi vida y la alegría de mi abuela cuando supo que su nieto es un conductor más.